Como dice la frase de Schiller que preside esta web:

“No es la carne ni la sangre, sino el corazón lo que nos hace familia”. 

Y eso es lo que se sentía el pasado 24 de febrero en la sala Sinfónica del Auditorio Nacional de Música de Madrid cuando cerca de cien niños y jóvenes ocupaban sus puestos esperando el momento que llevaban deseando  meses.

Se sentía que entre todos ellos fluía una energía especial y latía un mismo corazón bajo la batuta de Silvia Sanz Torre que los convertía en una familia. Una gran familia unida por su amor y su compromiso hacia la Música, pero también hacia ellos mismos y hacia la sociedad. 

Porque los grandes lazos en la vida se construyen a base de convivir,  de pasar momentos intensos juntos, a base de trabajar con un fin común, a base de cuidar y dejarse cuidar. Y eso es lo que hicieron este centenar de chavales el pasado mes de Julio en el Campamento orquestal que organiza el Grupo Concertante Talía en Alba de Tormes. Convivir trece días y todas sus noches con el principal objetivo de crecer. Crecer por supuesto como músicos, pero también como personas, como amigos, como familia. 

Y esta experiencia culmina con el concierto que ofrecen todos juntos en el Auditorio Nacional. Así escrito parece poca cosa, pero no nos olvidemos que es una de las principales salas del país, que tiene un aforo de más de 2000 personas que rodean el escenario y que es realmente imponente e importante.

Además, la ilusión de estos pequeños músicos de la orquesta EOS 2017 es más grande porque saben que con este concierto ayudan a muchos niños a través de las fundaciónes Pablo Horstmann y AFANIC.

Y allí, a esa sala emblemática en Madrid, los chicos de la EOS salieron puntuales y elegantes como hacen los verdaderos profesionales. Entre ellos, infiltrados un grupo de hombres y mujeres de negro que han sido sus profesores, confidentes, cuidadores, compañeros de aventuras... Unos profesionales increíbles que saben en cada momento lo que necesitan estos jóvenes músicos para superarse.

 

 

Todo estaba listo para la salida al escenario de la mente y el corazón que  lidera todo esto: Silvia Sanz Torre; mucho más que directora, que en un alarde no sé si llamarlo de "maravillosa locura", asume el papel de madre de estos cien niños durante trece días. Bueno, de madre, de enfermera, de hombro para llorar, de amiga para reír, de jefa, de líder, de directora de orquesta... De esta orquesta especial que ensaya trece intensos días al año y es capaz de regalarnos emociones muy profundas. 

A partir de aquí, un programa trepidante que nos llevó por distintas escenas de la historia desde el Antiguo Egipto hasta nada más y nada menos que el espacio con Star Treck. Músicas difíciles, intensas, llenas de pasajes duros, de exigencias musicales que la orquesta defendió con actitud y con entrega, tanto como para hacernos en ocasiones olvidar que ninguno de estos músicos tiene 18 años, y algunos muchos menos.

Pasajes solistas defendidos con madurez y superando cualquier problema por Iván Otaola en el solo de oboe de La Misión y Max Zallas, el concertino que interpretó La Lista de Schidller. 

Mi corazón en la sección de la percusión, ellos tan serios, tan concentrados cambiando de un instrumento a otro siempre listos para entrar en el momento preciso. 

Mi admiración en todas y cada una de las secciones de la orquesta.

Mi aplauso para el equipo de profesores liderado por Silvia Sanz y Alejandro Vivas y para esos 100 pequeños músicos que en realidad son inmensos. 

 

 

Ahora solo nos queda esperar con impaciencia el EOS 2018. Y seguir disfrutando con el recuerdo de un concierto tan especial.

Antes de terminar, he de decir que todo lo escrito aquí es verdad, aunque puede que una verdad un tanto subjetiva porque en el escenario ese día había gente a la que quiero y admiro mucho. Pero creo que es una licencia que me puedo permitir, porque en definitiva... ¿Para qué está la Música, la familia y la amistad si no es para sentir ORGULLO Y AMOR?